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La anécdota de un chofer

En 1930, el diario El Orden publicó una entrevista a un “chaufer” y mecánico, que tenía algo para contar un extraño suceso que lo había tenido como protagonista algunos años atrás: el traslado de un cadáver en su auto en medio de una tormenta.

Dos años antes, José Martínez había recibido una llamada ofreciéndole un viaje “afuera” por el que le pagarían 100 pesos. Era la una de la madrugada, y se trataba de mucho dinero, así que aceptó.

Cuando llegó a la dirección que le habían dado, había varias personas esperándolo, y tenían en sus brazos a un hombre que parecía desmayado. Cuenta el chofer:

Yo al ver que trataban de ponerlo adelante demostré un poco de nerviosidad, y las personas que estaban en la puerta me preguntaron que ‘si tenía miedo’. Ustedes saben que ya me tocaron el amor propio y que todo argentino no se debe achicar, y me decidí a hacer ‘la pata ancha’.


Por supuesto, Martínez se hizo el guapo y escuchó las explicaciones: se trataba de una persona que había fallecido ahogada, que debía ser trasladada, y que en otro automóvil que iba a ir adelante se trasladarían sus parientes.

Así pues, colocaron el cadáver en el asiento delantero, al lado suyo, y para que no se moviera, lo ataron a la puerta del coche con un cinturón.

Comenzaron a transitar, y se desató una tormenta… En uno de los tantos saltos que dio el coche, por el mal estado del camino, el muerto se desató y se le echó encima.

“Yo no sabía qué hacer, estaba bastante asustado, mejor dicho impresionado”, dijo Martínez a El Orden. Con la punta de los dedos intentó amarrarlo nuevamente. Pero más adelante, otra sacudida del coche hizo que el muerto lo abrazara. “Le juro que yo salté despavorido del coche, no sé si por la puerta o por donde, lo cierto es que apenas las manos frías del muerto me tocaron, yo ya estaba abajo del coche”.

El problema fue que el auto que iba adelante, con los parientes, ya se había alejado y nadie podía ayudarlo a atar el cadáver. Así que tuvo que hacerlo nuevamente.

“Cuando proseguí el viaje, no cesaba de mirar de rabo de ojo hacia el muerto, no se le fuera a ocurrir de volver a abrazarme”, señaló.

La anécdota termina cuando Martínez llega a la casa, entrega el cadáver y se vuelve a su casa. Había intentado ser valiente, pero…

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